lunes, 26 de mayo de 2014

Futuribles: Tiempo arquitectónico



Por: Isabel Cecilia González Molina

   




 En el año dos mil fui invitada a participar como representante editorial en el Miami Book Fair, organizado anualmente por Miami Dade college. Una feria de libros a la que asisten cada vez más editoriales y autores reconocidos mundialmente. En esa oportunidad montaron stands  varios grupos venezolanos por lo que en los tres días de ventas nos fuimos conociendo todos. Para ese entonces, llevaba más de seis años viviendo en Miami y estaba por terminar mis estudios de posgrado, todo iba muy bien para mí, sin embargo. había tomado la decisión de regresarme a Venezuela. Poco a poco entre los venezolanos se fue corriendo la voz de que me quería regresar y no hubo excepción, todos me veían como a alguien que se le había soltado un tornillo. Hasta Oscar Yanes no pudo evitar acercarse a conocerme porque según sus palabras: “Eres exactamente como un salmón, empeñada a ir en contracorriente.” Esa fue la única vez que conocí a ese hombre tan extraordinario, lleno de simpatía y con un corazón cien por ciento caraqueño. Para mí lo autentico nuestro se refleja en personas como él, otro maravilloso ejemplo es Simón Díaz, su fuerza: ser venezolanos, lo maravilloso nuestro.
En el segundo milenio, la presidencia de Hugo Chávez apenas llevaba dos años. Se reestrenaba políticamente un sector que hasta entonces había sido relegado un tanto, el de la izquierda, porque digan lo que digan desde la pacificación de la guerrilla en el gobierno de Raúl Leoni, la izquierda fue escalando, colocándose, haciéndose fuerte. Tal vez nuestros políticos siempre sintieron una atracción por esas revoluciones extranjeras, simpatizando con ideologías que se oponían al capitalismo que en sí no es otra cosa que el rechazo al llamado Imperio. Existe popularmente una creencia de que nuestros problemas son consecuencia del Imperio, eso se le enseña a nuestros muchachos. Muchos de nuestros jóvenes, tomemos por ejemplo a los que eran bebés, ahora tienen catorce años, ellos solo han conocido esta propuesta. La cuarta representa una imagen pasada, una anotación en el libro de historia del bachillerato, anotación además muy acomodaticia. Lo que me molesta de esta afirmación es que sirve de excusa a nuestra propia incapacidad de desarrollo.
 A manera de ilustración les echaré esta historia. Dos familias  viven en un campo ancho, donde construyeron dos casas pero el primero se ocupó en hacerse un camino de entrada y de salida, el segundo ni se preocupó por ello. Entonces los dueños de la primera casa descubren que en el terreno de la otra crecen los aguacates así que le proponen comprárselos para comercializarlos, pero primero le recuerdan que el camino es obra de ellos, así que para usarlo se les pondrá un pago. Al segundo le parece un gran negocio porque no sabía que hacer con sus aguacates. Con el tiempo el de los aguacates descubre que la mitad de su cosecha se va en pagar el derecho de paso y que en el mercado le darían mucho más por el guacal, así que se enfurece y le echa la culpa al vecino de todos sus males. Si lo pensamos bien es muy posible que el de los aguacates tenga razón y la negociación no le haya resultado ventajosa, pero porque pasarse la vida culpando al otro en vez de construir otro camino. Cuantos otros caminos pudimos construir en estos catorces años.
En los Estados Unidos fui muy feliz, los caraqueños suelen creer que a uno le fue mal por allá y por eso se regresó. A mí me fue realmente increíble, trabajé en la universidad, en la televisión y al graduarme fui contratada por unos alemanes que me querían mucho, tanto que ofrecieron ser mis sponsors, pagando hasta el abogado. En Miami viví una historia de amor única y me llené de muchísima luz y del azul del océano. Fui realmente feliz. Todavía no sé la razón pero un día muy soleado almorzando en un restaurante en Boca de Ratón sentí que ya era hora de retornar. No sé qué me pasó, cuál fue la razón que me llevó a tomar esa decisión. Recuerdo que varias cosas me hicieron entender que mi corazón era muy venezolano. Como me sucedió al conocer en un evento de la ONU al Dr. Diego Arria  Él nos hablaba a los asistentes con tanta pasión de su hacienda en Yaracuy,” La Carolina”, de sus siembras de café, de sus naranjos, de su procesadora de leche moderna y automatizada, mientras nos describía un cielo nocturno estrellado, “vibrante como un cuadro de Van Gogh”. No pude evitar recordar lo mucho que amaba las haciendas familiares, lo mucho que extrañaba las montañas y el verde intenso, así como las arenas blancas coralinas y el azul más cristalino del mar. Venezuela es un país extraordinario. Así que las ganas de volver a ese espacio tan maravilloso empezaron a rondarme.
Todas las tardes camino una hora, por salud física y mental. Tengo la suerte de contar con un grupo muy bonito, solemos encontrarnos a una hora y ponernos a andar, mientras nos contamos miles de cosas. A veces es Sonia, otras Arnaldo y Tere o Marilu y Maruja, pero ninguna como la Sra. Flora, porque para ella no existe otro país mejor que Venezuela. “Aquí hay de todo, Isabel, de todo”.  La Sra. Flora nació en Orense, España, pero eso no cambia que su corazón pertenece a estas calles. Suele preguntarme: “¿Cómo es posible? Nosotros no éramos así, aquí el que trabajaba prosperaba.”
Ella hace esta afirmación porque su vida es el mejor ejemplo de ello. Llegó en barco a la Guaira junto a su esposo el Sr. José, soldador de oficio. Su único patrimonio el amor que se tenían y la voluntad de trabajo. Trabajaron muchísimo y Venezuela fue generosa con su familia, sus dos hijos Toña y Jose crecieron acá y poco a poco todos prosperaron. Ellos amaban a Venezuela, tanto que el señor José regresó enfermito de España para morir acá, porque estoy segura de que deseaba ser enterrado en Caracas
Ese era el país de mis padres, la Venezuela que le dio oportunidades a dos médicos para comprar su casa y lograr tener mucha calidad de vida. No existe ni puede existir una buena vida si no se le provee a los ciudadanos la capacidad de cubrir dignamente todas sus necesidades. Buena alimentación, salud y educación. Para mí las tareas del Estado, porque los ciudadanos de un país hemos acordado un contrato social, es decir aceptamos la conformación de un gobierno para que este cuide de nuestros intereses sociales. El Estado es para los ciudadanos, no los ciudadanos para el Estado. No nos corresponde malgastar nuestros recursos en sostener un andamiaje institucional, son las instituciones las que nos deben dar respuestas. 
En los Estados Unidos había logrado comprar una casita, llena de esos accesorios que hoy definen como “una casa bien equipada”, tenía un carro que me vendieron a crédito y un trabajo fijo que cubría todos mis gastos y me permitía ahorrar. En Venezuela apenas, pasando bastante dificultades, claro con mucha ayuda de Dios, con el apoyo de la familia y de los amigos. Creo que la mayoría de los profesionales estamos igual, realizando maromas para cubrir nuestras necesidades.
“¿Cómo es posible? Nosotros no éramos así, aquí el que trabajaba prosperaba.”
Lo que más me sorprende es cuando alguien me dice que a diferencia de antes, en aquella cuarta, ahora estamos mejor, porque ahora sí hay seguridad social. Mi mamá fue médico de los humildes, trabajó como profesora en el hospital universitario y como médico internista en el seguro social del cementerio. Ambos eran centros de verdadera atención médica. El centro del seguro social fue un proyecto piloto que atendió a miles de enfermos y el hospital universitario todo un ejemplo de orden, de limpieza, de dignidad para los enfermos. Las veces que he tenido que recorrer sus espacios me sorprende tanto descuido y abandono. Cuando me refiero a ello alguien me contesta  “y eso que no has ido a los otros hospitales”. ¿Cómo podemos decir que estamos bien? Peor aún como podemos creérnoslo. 
Hace unos días me contaban de una joven que sinceramente creía que el desabastecimiento de los refrescos con endulcorantes se debía a que el gobierno tenía una campaña de salud. Entonces me hizo pensar que somos ese señor de los aguacates maldiciendo la suerte del otro por tener un camino pero incapaces de construir uno propio que nos lleve al desarrollo.
Sigo creyendo que este país es un territorio extraordinario, también reconozco en cada uno de nosotros una esencia buena y generosa, pero no puedo dejar de pensar que nos hemos desperdiciado. Hay tantas cosas que podemos hacer, incluso con los aguacates, porque en este país se puede cosechar hasta en el balcón de mi casa. La prueba es la semilla que planteé en el porrón de la jardinera ya ahora una matita de aguacate. Nuestras semillas sueñan con germinar pero escasean los sembradores.
Ricardo Abreu se propuso utilizar la música para abrirle un camino a los niños, a todos los niños y hoy en día es un triunfador. El Dr. Jacinto Convit ha dedicado más de setenta años de su vida en buscar una cura para la lepra y ha conseguido no solo sanarla sino investigaciones y avances que sirven para obtener una futura cura para el cáncer. Ellos son constructores, como lo son muchos venezolanos que se levantan todos los días con el propósito de hacer un mejor país.
Conocí a una tía de Astrid, Carmela, quien abrió un colegio de primaria en un mes únicamente por su propia voluntad porque ella sabía que en esa zona muchos muchachos  necesitaban escolaridad. Y que mejor ejemplo que el de mis padres que salvaron miles de vidas. Existen sembradores de buena semilla, siempre han existido, siempre existirán, constructores de buenos caminos. Usted es uno de ellos, siga arando la tierra, vuelva a echar semillas y empéñese en cosechar.
Yo no solo me regresé a Venezuela un 6 de diciembre hace 13 años, yo no me he dado por vencida y no ha sido fácil. Sin embargo, estoy de acuerdo con la sra. Flora: “Somos mucho mejor que esto”. Por lo que todos los días me levanto para hacer un poquito más y lucho por ser alguien mejor. No es cuestión de ir a prisa, sino de ir en la dirección correcta. Los venezolanos somos los constructores de nuestro camino al desarrollo. Nos toca la tarea. No me conformaré con otra cosa.

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