Por: Fabio Capra
Daniel Belandria
Para el momento del
saque inicial, era el cuarto juego de la Vinotinto en una copa mundial de
fútbol. Su último compromiso había sido ocho años atrás. En aquella oportunidad
tan sólo logró sumar un punto luego de los tres partidos de primera ronda. En
esta oportunidad, la expectativa era el resurgimiento de un país que pocas
décadas atrás parecía perdido en medio de un déjà vu histórico. Para llegar
acá, Venezuela logró superar tres grandes retos. El primero, y luego de décadas
de importantes conflictos políticos, fue establecer por vía democrática un
nuevo pacto social, el cual se expresaba en una constitución nacional y unos
poderes públicos renovados.
El segundo, fortalecer
notablemente su industria nacional y diversificarsus exportaciones, colocando
una amplia gama de productos –y no únicamente petróleo– en el mercado
internacional. Y el tercero, revertir una negativa tendencia personalista –lo
que opacaba el desempeño público–, y favorecía ampliamente la libertad de
expresión –lo que ayudaba a fortalecer cada vez más la institucionalidad
nacional–.
Algo maravilloso de todo
esto fue el desarrollo de nuevos modelos de participación, en el que la
cogestión a distintos niveles de gobierno se había convertido en cotidianidad. Así,
Venezuela, en un tiempo relativamente breve, se convertía en un ícono de la
integración social y la coparticipación. El milagro venezolano era comparado con
el sudafricano. Sólo que en esta versión caribeña no había existido un líder
visionario como Mandela sino una sociedad que, a un mismo tiempo y como un
todo, había decidido cambiar. En cuanto al petróleo, antiguo motor de la
industria nacional, se había estabilizado en unos precios internacionales moderados.
La volatilidad de los
primeros años del siglo XXI, había hecho que las principales potencias
mundiales se volcaran a la búsqueda de nuevas formas de energía. Esto favoreció
ampliamente al país, el cual pudo desarrollar otras industrias cómo la gasífera,
la hidroeléctrica, la termoeléctrica, la metalúrgica, la agrícola, la ganadera,
la automotriz, la farmacéutica, y una amplísima gama de servicios. Finalmente
Venezuela había entrado en el siglo XXI, entendiendo su ubicación
geoestratégica y retomando su rol de líder regional.
La última copa mundial
de fútbol en territorio suramericano había sido Brasil 2014. Suramérica era
ahora un lugar muy distinto: hacía años Venezuela había emparejado a Chile en
sus indicadores económicos; Brasil había visto reducir su crecimiento
económico debido a importantes reclamos sociales, pero mantenía un importante peso
específico a nivel mundial. Argentina seguía siendo un referente industrial y cultural
en la región; Perú había apuntalado su desarrollo económico estrechando sus lazos
comerciales con Asia; y Colombia, Ecuador, Bolivia y Uruguay participaban
también de una época de prosperidad. En resumen, la región se mostraba ante el
mundo como un bloque cohesionado y solvente, listo para asumir nuevos retos.
En medio de este contexto
Venezuela vivía un nuevo renacimiento modernizador comparable al experimentado
a mediados del siglo XX con el desarrollo de la industria petrolera. En las dos
últimas décadas, se habían construido tres nuevas grandes ciudades y otras
tantas ciudades satélite, lo que contribuyó al desmontaje de amplias barriadas.
En contraposición al tradicional eje andino-costero se levantó la región de
Guayana como una nueva plataforma económica (una década atrás se había logrado
el reconocimiento de buena parte de la llamada Zona en Reclamación, lo que
había dado inicio a la ‘reconquista del sur’). Venezuela contaba ahora con
amplios y modernos aeropuertos y puertos marítimos que garantizaban su conectividad
nacional e internacional; líneas de tren que cruzaban el país no sólo de este a
oeste sino también de norte a sur; transporte público municipal, metropolitano
y regional de calidad en todas sus ciudades; y una extensa y desarrollada infraestructura
capaz de sostener el crecimiento económico y demográfico. En resumen, eran seguridad,
salud, educación, empleo, crecimiento económico, inclusión, libertad de
expresión y democracia, los adjetivos que definían a un país renovado que ya no
veía a sus nacionales partir sino, que abría sus brazos para recibir una vez
más a miles de extranjeros como hijos propios.
Venezuela
finalmente se había convertido en esa ‘Tierra de Gracia’ que tanto habían
soñado las generaciones anteriores. Sin duda, antes de empezar a jugar su
segundo mundial, el país y sus ciudadanos ya habían ganado.
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