sábado, 2 de agosto de 2014

A mi manera…



                                                                     Por: Isabel Cecilia González Molina




Mi hermano Henrique Federico falleció en la ciudad de Juan Griego, el domingo once de mayo, fue inesperado, sorpresivo y terriblemente doloroso. Era el más venezolano de nosotros, no quiero decir con esto que fuera el más patriótico, sino quizás el más autóctono, chicha -rachero y fiestero, hablaba como dicen hasta por los codos y se hacía querer por todos. Yo le decía que debía dedicarse a la política porque tenía ese carisma que necesitan los que se dedican a ella. Nunca le interesó, lo que le interesaba era el país y se la pasaba haciendo criticas de esto y de aquello. Me llamaba por las noches para darme un inventario de los precios del mercado: “subió la mantequilla, el queso, la carne… no vamos a tener ni para comer.” A mí me fastidiaba cuando empezaba la larguísima enumeración, pero él insistía: “te das cuenta de cómo están las cosas. Lo que nos tiene fritos no es el gobierno es la inflación.”


Cuando joven no entendía mucho eso de la inflación, creo que la mayoría de las personas no analizamos nuestras vidas desde un punto económico externo, medimos y calculamos nuestro mundo financiero pero sin ajustarlo al que está afuera. Es en el macro de la economía que nuestra pequeña historia se diluye. Por ejemplo ,nuestro salario mínimo corresponde a distintas visiones y puntos de vista, para el gobierno corresponde al dólar CADIVI y así equivale casi a 500, pero se debe considerar otros cambios oficiales como  aceptar que a SICAD 2 solo nos aproximamos a 60. Una inmensa cantidad de venezolanos viven con tan pequeña cifra, pues se entiende lo desesperado que se está y ni siquiera hemos empezado a hablar de la inflación. Se ha vuelto muy duro vivir en este país y llegamos al momento que debemos sincerarnos, porque no podemos cambiar lo que se empeñan en decir que está bien, no estamos bien y eso hay que corregirlos, no vivimos en el mejor país posible. Para aquel que me lo quiera discutir salga y vea, no venga con papeles, estadísticas y números, vamos y vemos. Vamos a visitar, escuelas, hospitales, obras, calles, barrios, universidades, vamos. Falta y mucho.
Henrique nació en la parroquia San Juan a principios de la década de los sesenta en el Hospital Militar debido a que papá era un médico asimilado, yo también resulté sanjuanera, nací al año siguiente. Nuestra infancia fue muy bonita rodeada de una gran cantidad de primos, explotaba el baby boom, la clase media profesional  compraba sus casas con hipotecas del banco obrero y todos crecíamos. Una gran parte de la población se veía de esta manera, pero existía otra que poco a poco ocupaba los cerros de Caracas. Cuentan, como una leyenda, que durante la Dictadura del General Pérez Jiménezno se permitió la construcción de un solo rancho, muy por el contrario se hicieron soluciones habitacionales como el veintitrés de enero, que aún dan cobijo a sus habitantes.
Nuestra niñez presenció la llegada del primer hombre a la luna, los asesinatos del presidente John Kennedy y del líder afroamericano el Dr. Martín Luther King, la música de los Beatles y el movimiento hippie. Nos hablaron de Vietnam, de las drogas galáxicas, de la primavera de Praga. Henrique solía decirme que habían sido muy injustos con Cassius Clay, porque lo reclutaron para la guerra y como se rehusó a participar lo pusieron preso. Era un mundo injusto, una época que debía abrirse y surgieron auténticas, renovadoras revoluciones, la sexual, la feminista, la racial. Desde entonces se han destapado los tabúes, se incorporó la mujer al mundo laboral y se logró combatir el racismo. En Venezuela también eran tiempos duros, los estudiantes en búsqueda de cambios se lanzaron a las montañas  como guerrilleros. Las guerrillas promovidas por Castro y bajo la tutela de la entonces, Unión Soviética, son presentadas hoy en día como un acto de heroicidad. Para mí ninguna guerra se justifica, todo movimiento armado representa el gran fracaso de una sociedad. La violencia engendra únicamente violencia. Mi madre sufrió tres intentos de secuestros por parte de las células urbanas, simplemente porque papá era médico militar y debía acompañar a su regimiento. No fueron “tiempos para rosas rojas”. Mucha gente contemporánea me mira sorprendida cuando les hablo de estas cosas.
-Henrique y yo teníamos que ir al colegio con escoltas.
Poca gente recuerda el atentado del tren del encanto, los militares que eran asesinados en lugares públicos. Muy poca gente habla de la guerrilla como un luto nacional, no he visitado un solo monumento a los militares caídos. Por eso no creo en ninguna guerra, al final todas las cubre el olvido y cada muerte se llena de absurdo. Es hora de entender bien, cada ser humano vale por igual, no importa que lado caigan, un solo muerto por sus ideas e ideales es demasiado. Los hombres fracasamos por el empeño de aniquilar al otro. Concebimos la paz no como un estado del respecto del otro sino como su total aniquilamiento. El perdón no surge del olvido, nunca debemos olvidar para nunca repetirnos, para conocer nuestros horrores, nuestros pecados, nuestros defectos. La historia debe revisarse desde la multiplicidad de visiones porque todos tenemos un poco de razón y ver cada pedazo arma el rompecabezas del conocimiento.
Los setenta dieron un giro a Venezuela, en realidad el petróleo nos hizo inmensamente ricos, hasta ese período éramos un país  bastante rural, trabajador y progresista. Sucedió que éramos ricos, tan ricos que en el Rosal vendían una arepa a la que le ponían caviar. He oído decir que la mayoría de las personas que se ganan la lotería terminan sin un centavo, al parecer las personas no aprecian lo que se ganan sin esfuerzo. Venezuela al igual que esas personas desaprovechó sus vacas gordas, se endeudó, se llenó de corrupción, manejó pésimo sus finanzas y adquirió una deuda externa tan pesada, pero tan pesada que no termina, sino que se alarga de gobierno en gobierno. De ricos pasamos a deudores que vamos de una deuda en otra, solo para disfrazar el hecho de que ya no somos ricos.
Los japoneses dicen a sus hijos que nacieron en un país pobre, porque sus islas tienen contados recursos minerales, pero les aseguran que la única riqueza con la que cuentan para progresar son ellos mismos. Les enseñan que todos son responsables de salir de la pobreza. En cambio nosotros les decimos a nuestros hijos que son ricos y que el estado proveerá. Les enseñamos a depender.
Henrique fue un tiempo heredero de su generación, sin darse cuenta de que el país necesitaba muchos cambios, que la sociedad crecía bajo un esquema de amplia injusticia social. A su generación la llamaron boba, quizás porque estaba deslumbrada por tanta entrada petrolera. Fueron muchachos de discoteca, de ir a las playas en grupos, de mucha fiesta. Hasta toparse con la realidad. El país se hundía económicamente. Vinieron las devaluaciones, las subidas de los intereses, los paquetes. Les tocó aprender, verse en el espejo y entender que el país requiere de cada uno de sus habitantes, que no estamos bien si todos nos estamos bien.
Los venezolanos que pasan los cincuenta suelen decirme que “nosotros no éramos así”- me lo afirman como quien asegura que algo pasó, que de alguna manera hicieron trampa. Tal vez siempre hemos sido así. Laura, una gran amiga, historiadora, suele repetirme las palabras de Pocaterra, parafraseándolas: “aquel venezolano que crea que el general Gómez está enterrado se equivoca”. Somos muchos millones más de venezolanos pero el país sigue siendo el mismo.
Cada vez más  estoy convencida de que la lucha es individual y que somos cada uno de los venezolanos los que debemos cambiar. El cambio empieza en nosotros mismos. Yo peleaba mucho con mi hermano Henrique porque muchas cosas suyas no iban con mi visión apolínea de la vida. Nuestra relación en los últimos años se fue haciendo muy difícil, pero nunca renunciamos a la tarea de ser hermanos. Una mañana al llevarlo  al aeropuerto le dije: “Gordo, yo no te puedo cambiar a ti, pero si me puedo cambiar a mí, así que te prometo que desde este momento trabajaré el perdón, la tolerancia…” “y la ira.”-me contestó.  Y comencé ese camino. Hacerlo me dio la oportunidad de restablecer nuestra conexión. Pasamos la navidad juntos y al menos una semana en Margarita cada mes, fuimos de alguna manera aquellos que solíamos ser, compartiendo el mar, la arena, las cocadas y la conversación. El también cambió y mucho, no lo hizo por mí, lo hizo por él mismo. Lo que me hace afortunada es haber podido vivirlo, haber estado atenta, ahora sé que para hacerlo era yo quien debía cambiar.
Todos nos empeñamos en creerque son los otros los que deben cambiar, sobre todo si estamos aferrados a creer que tenemos la razón, pero en realidad en el otro existe algo de razón y es necesario abrirnos a la realidad para vernos, para entendernos, para sanarnos. El universo es una red interconectada de instantes, rebotamos los unos en los otros. Si yo fui la hermana de Henrique para ayudarlo, ahora sé que él fue mi hermano mayor para ayudarme, si yo debía enseñarle era porque él también me iba a enseñar, si yo iba a perdonarlo era porque él también me iba a perdonar, porque ambos nos acompañábamos en el recorrido, ambos hicimos cosas extraordinarias, vivimos oportunidades únicas, nos extraviamos, nos encontramos, nos amamos mucho. Ese es el amor, la tarea diaria, el crecimiento, el tocar al otro. Quiero creer que soy una mejor persona gracias a las personas que me aman, que me han amado, porque el amor debe hacer de nosotros mejores seres humanos. Y espero lograr tocar a los otros al amarlos para ser en ellos una buena influencia, ayudarnos, crecer.
 Henrique Federico se fue de mi vida para vivir en mi vida, lo llevo en mí, estoy convencida de que me dejó la tarea de trabajar el perdón, la tolerancia y la ira, eso me corresponde, me falta mucho para lograrlo por lo que debo seguir, aún más porque creo que Venezuela necesita mucho de estas tres cosas: El perdón, la tolerancia y combatir la ira.

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