Por: Isabel Cecilia González Molina
Mi hermano Henrique Federico falleció en la ciudad de Juan Griego, el
domingo once de mayo, fue inesperado, sorpresivo y terriblemente doloroso. Era
el más venezolano de nosotros, no quiero decir con esto que fuera el más
patriótico, sino quizás el más autóctono, chicha -rachero y fiestero, hablaba
como dicen hasta por los codos y se hacía querer por todos. Yo le decía que
debía dedicarse a la política porque tenía ese carisma que necesitan los que se
dedican a ella. Nunca le interesó, lo que le interesaba era el país y se la
pasaba haciendo criticas de esto y de aquello. Me llamaba por las noches para
darme un inventario de los precios del mercado: “subió la mantequilla, el
queso, la carne… no vamos a tener ni para comer.” A mí me fastidiaba cuando
empezaba la larguísima enumeración, pero él insistía: “te das cuenta de cómo
están las cosas. Lo que nos tiene fritos no es el gobierno es la inflación.”
Cuando joven no entendía mucho eso de la inflación, creo que la mayoría
de las personas no analizamos nuestras vidas desde un punto económico externo,
medimos y calculamos nuestro mundo financiero pero sin ajustarlo al que está
afuera. Es en el macro de la economía que nuestra pequeña historia se diluye.
Por ejemplo ,nuestro salario mínimo corresponde a distintas visiones y puntos
de vista, para el gobierno corresponde al dólar CADIVI y así equivale casi a
500, pero se debe considerar otros cambios oficiales como aceptar que a SICAD 2 solo nos aproximamos a
60. Una inmensa cantidad de venezolanos viven con tan pequeña cifra, pues se
entiende lo desesperado que se está y ni siquiera hemos empezado a hablar de la
inflación. Se ha vuelto muy duro vivir en este país y llegamos al momento que
debemos sincerarnos, porque no podemos cambiar lo que se empeñan en decir que
está bien, no estamos bien y eso hay que corregirlos, no vivimos en el mejor
país posible. Para aquel que me lo quiera discutir salga y vea, no venga con
papeles, estadísticas y números, vamos y vemos. Vamos a visitar, escuelas,
hospitales, obras, calles, barrios, universidades, vamos. Falta y mucho.
Henrique nació en la parroquia San Juan a principios de la década de los
sesenta en el Hospital Militar debido a que papá era un médico asimilado, yo
también resulté sanjuanera, nací al año siguiente. Nuestra infancia fue muy
bonita rodeada de una gran cantidad de primos, explotaba el baby boom, la clase
media profesional compraba sus casas con
hipotecas del banco obrero y todos crecíamos. Una gran parte de la población se
veía de esta manera, pero existía otra que poco a poco ocupaba los cerros de
Caracas. Cuentan, como una leyenda, que durante la Dictadura del General Pérez
Jiménezno se permitió la construcción de un solo rancho, muy por el contrario
se hicieron soluciones habitacionales como el veintitrés de enero, que aún dan
cobijo a sus habitantes.
Nuestra niñez presenció la llegada del primer hombre a la luna, los
asesinatos del presidente John Kennedy y del líder afroamericano el Dr. Martín
Luther King, la música de los Beatles y el movimiento hippie. Nos hablaron de Vietnam,
de las drogas galáxicas, de la primavera de Praga. Henrique solía decirme que
habían sido muy injustos con Cassius Clay, porque lo reclutaron para la guerra
y como se rehusó a participar lo pusieron preso. Era un mundo injusto, una
época que debía abrirse y surgieron auténticas, renovadoras revoluciones, la
sexual, la feminista, la racial. Desde entonces se han destapado los tabúes, se
incorporó la mujer al mundo laboral y se logró combatir el racismo. En
Venezuela también eran tiempos duros, los estudiantes en búsqueda de cambios se
lanzaron a las montañas como
guerrilleros. Las guerrillas promovidas por Castro y bajo la tutela de la
entonces, Unión Soviética, son presentadas hoy en día como un acto de
heroicidad. Para mí ninguna guerra se justifica, todo movimiento armado
representa el gran fracaso de una sociedad. La violencia engendra únicamente
violencia. Mi madre sufrió tres intentos de secuestros por parte de las células
urbanas, simplemente porque papá era médico militar y debía acompañar a su
regimiento. No fueron “tiempos para rosas rojas”. Mucha gente contemporánea me
mira sorprendida cuando les hablo de estas cosas.
-Henrique y yo teníamos que ir al colegio con escoltas.
Poca gente recuerda el atentado del tren del encanto, los militares que
eran asesinados en lugares públicos. Muy poca gente habla de la guerrilla como
un luto nacional, no he visitado un solo monumento a los militares caídos. Por
eso no creo en ninguna guerra, al final todas las cubre el olvido y cada muerte
se llena de absurdo. Es hora de entender bien, cada ser humano vale por igual,
no importa que lado caigan, un solo muerto por sus ideas e ideales es demasiado.
Los hombres fracasamos por el empeño de aniquilar al otro. Concebimos la paz no
como un estado del respecto del otro sino como su total aniquilamiento. El
perdón no surge del olvido, nunca debemos olvidar para nunca repetirnos, para
conocer nuestros horrores, nuestros pecados, nuestros defectos. La historia
debe revisarse desde la multiplicidad de visiones porque todos tenemos un poco
de razón y ver cada pedazo arma el rompecabezas del conocimiento.
Los setenta dieron un giro a Venezuela, en realidad el petróleo nos hizo
inmensamente ricos, hasta ese período éramos un país bastante rural, trabajador y progresista.
Sucedió que éramos ricos, tan ricos que en el Rosal vendían una arepa a la que
le ponían caviar. He oído decir que la mayoría de las personas que se ganan la
lotería terminan sin un centavo, al parecer las personas no aprecian lo que se
ganan sin esfuerzo. Venezuela al igual que esas personas desaprovechó sus vacas
gordas, se endeudó, se llenó de corrupción, manejó pésimo sus finanzas y
adquirió una deuda externa tan pesada, pero tan pesada que no termina, sino que
se alarga de gobierno en gobierno. De ricos pasamos a deudores que vamos de una
deuda en otra, solo para disfrazar el hecho de que ya no somos ricos.
Los japoneses dicen a sus hijos que nacieron en un país pobre, porque
sus islas tienen contados recursos minerales, pero les aseguran que la única
riqueza con la que cuentan para progresar son ellos mismos. Les enseñan que
todos son responsables de salir de la pobreza. En cambio nosotros les decimos a
nuestros hijos que son ricos y que el estado proveerá. Les enseñamos a
depender.
Henrique fue un tiempo heredero de su generación, sin darse cuenta de
que el país necesitaba muchos cambios, que la sociedad crecía bajo un esquema
de amplia injusticia social. A su generación la llamaron boba, quizás porque
estaba deslumbrada por tanta entrada petrolera. Fueron muchachos de discoteca,
de ir a las playas en grupos, de mucha fiesta. Hasta toparse con la realidad.
El país se hundía económicamente. Vinieron las devaluaciones, las subidas de
los intereses, los paquetes. Les tocó aprender, verse en el espejo y entender
que el país requiere de cada uno de sus habitantes, que no estamos bien si
todos nos estamos bien.
Los venezolanos que pasan los cincuenta suelen decirme que “nosotros no
éramos así”- me lo afirman como quien asegura que algo pasó, que de alguna
manera hicieron trampa. Tal vez siempre hemos sido así. Laura, una gran amiga,
historiadora, suele repetirme las palabras de Pocaterra, parafraseándolas: “aquel
venezolano que crea que el general Gómez está enterrado se equivoca”. Somos
muchos millones más de venezolanos pero el país sigue siendo el mismo.
Cada vez más estoy convencida de
que la lucha es individual y que somos cada uno de los venezolanos los que
debemos cambiar. El cambio empieza en nosotros mismos. Yo peleaba mucho con mi
hermano Henrique porque muchas cosas suyas no iban con mi visión apolínea de la
vida. Nuestra relación en los últimos años se fue haciendo muy difícil, pero
nunca renunciamos a la tarea de ser hermanos. Una mañana al llevarlo al aeropuerto le dije: “Gordo, yo no te puedo
cambiar a ti, pero si me puedo cambiar a mí, así que te prometo que desde este
momento trabajaré el perdón, la tolerancia…” “y la ira.”-me contestó. Y comencé ese camino. Hacerlo me dio la
oportunidad de restablecer nuestra conexión. Pasamos la navidad juntos y al
menos una semana en Margarita cada mes, fuimos de alguna manera aquellos que
solíamos ser, compartiendo el mar, la arena, las cocadas y la conversación. El
también cambió y mucho, no lo hizo por mí, lo hizo por él mismo. Lo que me hace
afortunada es haber podido vivirlo, haber estado atenta, ahora sé que para
hacerlo era yo quien debía cambiar.
Todos nos empeñamos en creerque son los otros los que deben cambiar,
sobre todo si estamos aferrados a creer que tenemos la razón, pero en realidad
en el otro existe algo de razón y es necesario abrirnos a la realidad para
vernos, para entendernos, para sanarnos. El universo es una red interconectada
de instantes, rebotamos los unos en los otros. Si yo fui la hermana de Henrique
para ayudarlo, ahora sé que él fue mi hermano mayor para ayudarme, si yo debía
enseñarle era porque él también me iba a enseñar, si yo iba a perdonarlo era
porque él también me iba a perdonar, porque ambos nos acompañábamos en el
recorrido, ambos hicimos cosas extraordinarias, vivimos oportunidades únicas, nos
extraviamos, nos encontramos, nos amamos mucho. Ese es el amor, la tarea
diaria, el crecimiento, el tocar al otro. Quiero creer que soy una mejor
persona gracias a las personas que me aman, que me han amado, porque el amor
debe hacer de nosotros mejores seres humanos. Y espero lograr tocar a los otros
al amarlos para ser en ellos una buena influencia, ayudarnos, crecer.
Henrique Federico se fue de mi
vida para vivir en mi vida, lo llevo en mí, estoy convencida de que me dejó la
tarea de trabajar el perdón, la tolerancia y la ira, eso me corresponde, me
falta mucho para lograrlo por lo que debo seguir, aún más
porque creo que Venezuela necesita mucho de estas tres cosas: El perdón, la
tolerancia y combatir la ira.
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