viernes, 10 de octubre de 2014

Desde mi balcón

                                                                           Por: Isabel Cecilia González Molina

Vivo en un pequeño apartamento en una colina de Caracas, desde mi balcón se asoma la ciudad, cubierta de edificaciones de todos los tamaños, dimensiones, figuras y colores, las cuales se multiplican sobre el valle hasta ser conquistadas por las montañas verdes. Disfruto de los atardeceres y de algunos amaneceres, suelen ser mágicos, coloridos, azules, rojos, amarillos. En ese instante celebro vivir sobre esta colina y suelo reconciliarme con la ciudad. Caracas es mi lugar del corazón, por eso vivo aquí, porque siempre me he sentido atada a ella.

Veo frente a mí la ciudad universitaria, su emblemático edificio rojo, incluso la carpa de un circo que montaron en el estacionamiento de los estadios universitarios, lo que me habla del devenir. Todos vamos y venimos, carros, autobuses, camionetitas, ciclistas y peatones. Las ciudades siempre están en marea. 

Intenté investigar más sobre la sede de la facultad de derecho, la razón por la cual no se le construyó un edificio majestuoso como correspondía, pero al parecer está situación solamente preocupa al profesor que me hablo de ello. Lo que sería una sede provisional cuando se construyó la ciudad universitaria está considerada hoy en día como permanente. En cambio si encontré muchísimos artículos de periódico que muestran como la escuela de idiomas modernos reclama su propio espacio por más de 18 años y que la escuela de Arte también. Así que podemos afirmar que efectivamente queda mucho más por construir.

La Universidad Central de Venezuela merece que se invierta en todas esas cosas, sobre todo en el área de investigación, por su trayectoria, por ser la Universidad más grande de nuestro país, porque debe ser quien dirija los pasos de nuestro futuro profesional. Definitivamente la UCV merece que se le invierta presupuesto, infraestructura y docencia.
 
Está muy bien que en estos 15 años de la Quinta República se hayan creado nuevas Universidades, lo es porque todo espacio que se abra para enseñar debe ser reconocido y respetado pero debemos estar claros que mientras más abierto e independiente sea el pensamiento universitario más oportunidades tendremos los seres humanos para conseguir respuestas. Hago está afirmación para explicar que siempre será más provechoso invertir en Universidades autónomas que en aquellas apegadas a cierta línea de pensamiento, sean públicas o privadas. Yo vengo de la Universidad Católica e imagino que la influencia de los Jesuitas se debe palpar en mí.
La edad enseña, no lo podemos negar, con el paso del tiempo he aprendido que todas las cosas tienen una razón de ser y por eso son importantes. Debemos preocuparnos y ocuparnos en entender, porque mientras más lo hagamos más herramientas tendremos para progresar. Toda iluminación empieza por conocerse a sí mismo.

Debemos procurarnos la mejor calidad de vida, partiendo de una mejor alimentación, una mejor educación, una mejor vivienda, una mejor sanidad, es decir, lograr un desarrollo sustentable. Todo debe ayudarnos a vivir mejor. Sin embargo, siento que en este país hemos dejado de creer que nos merecemos mejorar, porque al igual que una escuela universitaria espera por una sede propia hasta casi olvidarse de ello, los venezolanos esperamos vivir bien pero dejamos de creer en esa posibilidad. Todo, me atrevería hasta afirmar absolutamente todo, se ha ido desmejorando. Tengo la impresión que nos importa muy poco el inmenso deterioro en que estamos, como país y a nivel personal. Nos vemos deprimidos, cansados, vencidos. 

Hace unos días fui a comprar un botellón de agua, lo que empezó una lucha por conseguir un botellón plástico que no esté en un estado deplorable. Subir el botellón hasta mi apartamento requiere un gran esfuerzo de mi parte porque tengo diagnosticadas tres hernias lumbares y me cuesta mucho. 

Eso le explicaba al señor que me vende los botellones. “No tiene sentido llevarme un botellón que esté como si lo hubieran tirado por unas cataratas, mucho menos uno manchado de pintura o  otro que se bote por abajo, porque el fin de hacer ese esfuerzo tan grande es comprar agua limpia.”
 
 Ustedes creen que mi comentario le importó, que desde ese día le hizo una observación a la compañía que le provee los botellones de agua ¿ Ustedes que creen? Pues muy simple desde esa tarde me prohibió ir a su kiosco a comprar agua. Es un ejemplo que para algunos parecerá tonto pero así estamos, cualquier cosa que necesitamos cuesta conseguirla, se nos atiende mal y se nos maltrata. Simplemente porque ya no nos importa. El vendedor siente que haga o no un mayor esfuerzo no va a ganar más, simplemente vende lo que está ahí, lo que le llega, al fin de cuentas si no lo compro yo lo comprará otro. Eso ocurre en las economías que pierden la competitividad.

 Es probable que llevamos más de treinta años avanzando hacia el desgano, pero estoy convencida de que finalmente llegamos a él, nos importa un blero tener buena calidad de vida, se toma o se deja, se compra lo que se consigue, se calla. Al panadero no le reclamamos que su torta venga con un papel de hornear dentro porque al menos vende tortas y tampoco le decimos nada cuando su pan integral se pone mohoso en pocos días porque al menos vende pan integral. Somos los compradores de lo que hay. 

Para mí no es cuestión de cuarta ni de quinta, se protestaba en la cuarta porque se vivía mal, porque la universidad se merecía crecer en infraestructura y presupuesto, porque la salud era una prioridad, porque así no era el país que se quería, ni el que nos merecíamos. Así nos embarcamos en la quinta. Y que se hace: Llevarse el pan mohoso, el botellón destartalado,  porque es el que venden, no sea que lo vayan a poner en la lista negra del kiosco como a mí.


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