Por: Fabio Capra
Daniel Belandria
«Privacidad.
f. Ámbito de la vida privada que se tiene derecho a
proteger de cualquier intromisión.»
«Seguridad.
(Del lat. securĭtas, -ātis). f. Cualidad de seguro.»
«Seguro, ra.
(Del lat. secūrus). adj. Libre y exento de todo
peligro, daño o riesgo.»
Real Academia Española[1]
Para los venezolanos la
constante pérdida de espacios por dónde transitar libremente se ha convertido
en algo tan común que ya lo tomamos de forma natural. Ver cómo delante de
nosotros se levantan a diario rejas y muros, se cierran terrazas y balcones, o
se restringen zonas que antes eran de libre acceso, ha llegado a ser lógico e
incluso comprensible ante lo abrumador de nuestra realidad social. Tan es así,
que cuando tenemos la oportunidad de visitar ciudades en otros países, uno de
los mayores placeres consiste tan sólo en caminar, libremente, por las calles.
En los últimos años los
venezolanos hemos visto antepechos convertirse en rejas, rejas convertirse en
muros, y muros clausurar jardines que antes daban a las calles. De igual forma, hemos
presenciado también cómo otros espacios más íntimos, como terrazas y balcones,
han terminado por confinarse limitando drásticamente la tan placentera relación
con el exterior. Incluso las mismas ventanas, último vínculo con el afuera,
aparecen ahora enceguecidas por la presencia permanente de persianas y cortinas. La razón para esta debacle de la condición tropical es,
obviamente, la desbordada inseguridad que nos asola. Sin embargo, tal parece que toda
esta relativamente reciente situación ha afectado nuestra sensibilidad
proyectual respecto a la privacidad.
Si bien no son tantas las
veces que mencionamos el término privacidad en los talleres y oficinas de
proyecto, bien puede decirse que gran parte de la arquitectura va en torno a la
definición espacial de esta condición. Es decir, en el establecer correctamente
los niveles de privacidad que definen las múltiples situaciones espaciales que
yacen entre lo público y lo íntimo. Visto así, empieza a verse cómo privacidad y
seguridad son dos vertientes de un mismo problema arquitectónico y urbano –el
problema de los límites–, problema que en ciudades como las nuestras es hoy en
día muy palpable.
La reducción o
allanamiento de ese gradiente de calidades espaciales termina entonces por
empobrecer nuestras arquitecturas y ciudades, y termina también por encerrarnos y alejarnos unos de otros. De igual manera, esta minimización dirige el manejo de la privacidad hacia
situaciones absurdas: espacios que se condenan a sí mismos a vivir puertas –y
rejas– adentro,y edificios para las cuales las visuales nada importan.El resultado de esto es la progresiva restricción, propia o ajena, de los
espacios que habitamos cotidianamente, y la pérdida de nuestra sensibilidad
para el diseño. Y es solo entonces
cuando nos preguntamos: ¿Cuántas fachadas enfrentadas a escasos metros?¿Cuántas
salas que dan a cocinas, cocinas que dan a baños y baños que dan a
habitaciones? ¿Cuánto sin sentido?
Y es así como inseguridad
y mal diseño –otra suerte de crimen– van apoderándose de nuestra arquitectura y
de nuestras ciudades, haciéndonos extraños ante la más maravillosa de nuestras
cualidades: el trópico y su luz.
[1]. En: Real Academia Española
(2001). Diccionario de la lengua española (22ª ed.). Madrid, España.
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