viernes, 28 de marzo de 2014

Recuerdos de un estudiante de arquitectura



Por: Fabio Capra/ Daniel Belandria
 mail: caprafabio@gmail.com / danielbelandria@gmail.com






Cursar arquitectura es difícil; sin duda. Para quienes lo estudiamos, o estudian, en la UCV es necesario sortear una intrincada red de asignaturas.Al mismo tiempo debe manejarse un contenido que a veces parece olvidarse rápidamente –de un semestre al otro– y queda para la anécdota. En lugar de brindar nuevas herramientas, pareciera que la principal labor que cumplen estos espacios es de filtros, dejando solo a los más preparados e insistentes continuar su camino.
Historia abraza el pecado occidental de comenzar en Grecia, aunque nada empezó ahí. Luego otros períodos van pasando, Barroco, Renacimiento, pero todos serán olvidados en función de alimentar la memoria únicamente con imágenes de nuestro nuevo Olimpo: lo Moderno. Rayando en la sinceridad, creo que el recuerdo más sólido de las cinco historias no es un edificio, es Malevich, quien todavía protagoniza las más aterradoras pesadillas con ese angustioso cuadrado rojo.
En el Sector Métodos resalta matemáticas, donde generalmente necesitamos el apoyo extracurricular de los ingenieros; quienes se ríen de nosotros. Logaritmos e integrales, es cierto que alguna vez las oí nombrar pero lo único que late en mi memoria es el pausado andar de la profesora que, entre sueño y vigilia, solía acompañar la brisa de las siete de la mañana.
Las materias de Ambiente me dejaron un inmenso amor por las plantas y una consciencia ecológica que me impide tumbar un árbol para hacer crecer un edificio. Sin importar cuan buena sea su arquitectura, nunca será mejor que la del árbol. También aquí comencé a valorar el trópico, aquí y cuando tuve que viajar a una conferencia en medio del invierno noruego. Obviamente que el asunto va más allá, atender al contexto y reflexionar sobre las consecuencias de una nueva intervención; este era el espacio que permitía pensar en el antes y después del proyecto.
Por otro lado estaban los Estudios Urbanos –los que tenían más de libro que de ciudad– donde comencé a cuestionar muchas cosas, empezando por Caracas. Sin duda la conclusión persistente de estas clases era que muchas veces se quisieron hacer las cosas bien pero, por una u otra razón, nunca se hicieron. También aprendí que alguna vez fuimos el farol moderno de la América Latina que aún se pregunta qué nos pasó. Todavía intenta seguirnos, pero no por farol sino por petróleo, lo malo está en que vamos hacia el fondo del barril. Los estudios de la ciudad también me enseñaron que existía París y Londres aunque Barcelona –al sur– siempre parecía estar arriba. Ninguna es como me la contaron, así como nadie se parece a su fotografía.
A lo largo de los estudios, y en teoría en el centro, diseño. Columna vertebral de la carrera que debe cursarse cada uno de los diez semestres necesarios para convertirse en arquitecto. Suele ser completamente práctico, constituido por una serie de ejercicios que comienzan siendo más generales hasta tornarse progresivamente más específicos. Tiene la mayor carga de créditos, alrededor de la tercera o cuarta parte de un semestre normal, aunque los estudiantes le dedicamos el ochenta por ciento del tiempo; algo que nunca he entendido.
Diseño es la asignatura a la que más cuesta adaptarse, no se asimila a nada de lo que se haya hecho en la secundaria y todo parece depender del humor del profesor; termina por sacarle lágrimas a todos los que hozan cursarla. En este sacrificio, una de las virtudes que se aprende es a notar las cosas torcidas, ese gracioso gesto que distingue a los arquitectos cuando enderezan los cuadros.
Se supone que en sus labores de diseño uno conjuga todos los conocimientos de las demás áreas, pero pocas veces los estudiantes comprenden la relación entre sus caprichosos profesores y las fotocopias de Ambiente o Estudios Urbanos.
Entre todo lo que se aprende, solo falta saber como llevar un proyecto, una oficina, a los contratistas, a los obreros, a las alcaldías y sobre todo… a los clientes.
La verdad es que hubo un cúmulo enorme de cosas buenas, construyéndose una deuda que se suma al regalo de la educación gratuita. Nunca sabré cómo agradecerlo pero hoy en día, y del otro lado del salón, intento enseñar lo aprendido; tal vez una forma de pago. Siempre me equivoco pero sigo aprendiendo.



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